"A mi juicio, el destino de la especie humana será decidido por la circunstancia de si el desarrollo cultural logrará hacer frente a las perturbaciones de la vida colectiva emanadas de la pulsión de agresión y de auto destrucción. (...) Sólo nos queda esperar que la otra de ambas potencias celestes, el eterno Eros, despliegue sus fuerzas para vencer en la lucha con su no menos inmortal adversario. Mas, ¿quién podría augurar el desenlace final? Freud, Malestar en la Cultura
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20090420

SEMINARIO II, CLASE 8: PULSIÓN SÁDICA Y PULSIÓN VOCIFERANTE


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Matisse: Interior con cortina egipcia

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CLASE DEL 3/01/06

Del sujeto al Otrón
Del hambre primitiva al hambre articulada
De la glotonería al canibalismo
De la evacuación a la oblatividad
Expulsión destructiva y retención de dominio
El Otro, vertedero del deseo.
Vocalización y melopea materna
El shofar y la voz imperativa


Para la clase de hoy vamos a apoyarnos en el Seminario de Lacan, Libro 8, capítulos XIV y XV
Dos son las consecuencias primordiales del hecho de que la necesidad del ser hablante tenga que transitar por la palabra.
Una de ellas es que la dialéctica de la demanda crea un más acá y un más allá de la demanda. La demanda “quiero la teta” no se satisface con el alimento, queda un más allá que es la demanda de amor, y un más acá que es el lugar del deseo.
El objeto pezón adquiere su carácter de agalma, de objeto precioso, no por ser el soporte de la necesidad, no por ser lo que satisface el hambre, sino porque la acción de la demanda significante talla en él su carácter privilegiado como objeto de deseo. Será retroactivamente que el pezón adquiere su carácter de objeto de deseo.

La segunda de las consecuencias de que la necesidad tenga que pasar por el desfiladero de los significantes es que la demanda retorna del Otro en forma invertida.
Así la demanda de ser alimentado se encuentra desde el Otro con la misma demanda pero invertida: “déjate alimentar”.
Por su estructura significante la demanda no tiene más remedio que llegar en forma invertida desde el Otro. Al llanto del bebé pidiendo ser alimentado le llega la demanda: déjate alimentar.
De lo que se trata es que la relación de alimentación no es una relación de dos tendencias naturales como la que se da entre un ternero y la vaca. En el niño la relación con su madre es una relación de demanda, esto es, significante: “aliméntame-déjate alimentar”.
El “déjate alimentar” es una de las situaciones, sobre todo para las madres primerizas, que más nivel de ansiedad produce, cuando el niño “no me come”.

La falta de encuentro de tendencias y su sustitución por el encuentro de demandas, deja una hiancia, una imposibilidad: la demanda de ser alimentado y la demanda de dejarse alimentar no cierran del todo, la satisfacción no es absoluta: el deseo es lo que queda insatisfecho.
En la demanda hay un funcionamiento paradójico, contradictorio, y es que se busca la satisfacción y al mismo tiempo se trata de evitarla. ¿Porqué? Porque el riesgo es que si la satisfacción se cierra, se extinga el deseo. Este es el caso de la anorexia, cuando la demanda ha sido aplastada por la satisfacción materna, no dejando resquicio para que el deseo permanezca insatisfecho. Al niño sólo le queda el recurso de negarse a la satisfacción alimenticia para mantener el deseo vivo.

Necesidad, demanda y deseo van por un mismo carril. La necesidad, como tendencia natural está descartada en el ser hablante, porque de entrada el registro significante del Otro lo cubre con su paraguas. Es nuestra condición de seres de lenguaje lo que nos lanza a la dialéctica de la demanda y el deseo, a ese encuentro de demandas cada una de ellas con su más acá del deseo y su más allá del amor. Y por suerte ese encuentro está condenado al desencuentro, porque si el deseo no permanece insatisfecho no hay lugar para el sujeto.

En este Seminario 8 Lacan utiliza una acepción muy interesante del Otro con mayúsculas, lo llama el Otrón (Autre-on: lugar-del-Otro), siguiendo la resonancia de la terminología física: neutrón, protón, electrón...Otrón.
La demanda de ser alimentado se dirige al Otrón, otro al que el sujeto se dirige más o menos sin saberlo, a ese lugar de otro abstracto.

Otra forma en que podemos entender el pasaje de la necesidad a la demanda en el nivel oral, sería entenderlo como el pasaje del hambre primitiva al hambre articulada.
Podemos pensar un primer momento mítico en que el hambre es una pura tendencia acontaminada por el significante, y progresivamente ese hambre pasa a ser articulada, articulada en significantes, esto es, demanda.

Vamos a detenernos ahora en otra perspectiva del nivel oral que es el de la pulsión sádica. Si por un lado tenemos el pasaje del hambre primitiva al hambre articulada, también podemos hablar del pasaje del hambre a la glotonería, a la voluptuosidad del mordisco. Es decir, del hambre como expresión de la necesidad, al hambre como manifestación de la sexualidad, de la pulsión oral. Y, en última instancia, a la expresión de la pulsión sádica oral, con el fantasma de canibalismo: chupar hasta dejar vacía a la madre, y, con la dentición, del chupeteo al mordisco. Del niño “no me come” al niño “que me devora”.

El canibalismo como manifestación de la pulsión oral, un cuerpo que absorbe el otro cuerpo, es entrar en la relación más íntima con el otro. El bebé prendido al pezón de la mamá no sólo se está alimentando sino que ha puesto en circulación el goce, la búsqueda de satisfacción pulsional

Veamos ahora la pulsión sádica desde la perspectiva de la demanda anal.
Así como en el nivel oral tenemos el hambre, en el nivel anal tenemos la evacuación. Si tuviéramos que hablar de una tendencia natural esta sería la de la evacuación, es decir, la tendencia del esfínter a relajarse para que salga el excremento.
Pero como pasa en el nivel oral con la necesidad de alimento, la intervención de la demanda significante con la educación esfinteriana desnaturaliza toda la dialéctica anal.
Lo que tenemos a este nivel es una demanda exterior, demanda de la madre que pide que haga caquita, que suelte. Pero además otras veces pide que retenga. Y ahí está la complejidad de su demanda, la dificultad, el escalón que tiene que superar el niño en la construcción de su sujeto/deseo. Aquí podemos leer el origen de la gran ambivalencia del obsesivo.
El niño tiene que enfrentarse a la complejidad de saber porqué evacuar es a veces aceptado y a veces es rechazado. En este nivel, discernir esta complejidad en el mecanismo de la demanda, habilita y da lugar a la dimensión del Otro. Aquí se trata de privilegiar la satisfacción de la demanda del Otro: “ahora te la guardas....ahora me la das”.
¿Qué es lo que da el bebé? Lo que tiene ¿y qué es lo que tiene? Lo que retiene, la caca.
A nivel de lo que sería la sublimación de la pulsión anal ser constituye “la oblatividad”, que es: dar mierda.
En cualquier relación de alteridad que nos encontremos en la que damos lo que tenemos, ese oblato, generalmente dinero, no deja de ser caca. En contraposición, Lacan nos recuerda que es cuando damos lo que no tenemos (en relación al falo) cuando nos instalamos en el amor.

La manifestación más sexualizada de la pulsión anal es la que tiene que ver con el sadismo – y con el masoquismo – anal. Siempre jugando con el retener y el evacuar.
El esfínter relajado sería el polo pasivo: relajado para evacuar pero también relajado para ser penetrado. Mientras que el esfínter contraído para la retención sería el polo activo. Pero esta clasificación no cierra bien pues podemos leer el sadismo de la pulsión anal tanto en su polo retentivo – pulsión de dominio – como en su polo expulsivo – pulsión destructiva, según distinción del freudismo clásico.

En el nivel anal se privilegia entonces las satisfacción del Otro. Y se construye, en el más acá de la demanda, que lo que el Otro desea son mis heces. Y en la medida en que el excremento ocupa el lugar del objeto de deseo del Otro, yo me identifico con ese objeto. Literalmente, mi deseo se va a la mierda. Aquí está el fundamento del fantasma del obsesivo, identificado al objeto “petit a” excremencial.
Lacan advierte a los analistas contra el riesgo de desculpabilizar al obsesivo. De lo que se trata es de acompañarle hasta ese punto fundamental de su fantasma en el que se ha identificado con la mierda.

Pero más allá, o más acá del avatar propio del obsesivo, hay que resaltar la importancia de la dialéctica anal en la constitución de todo sujeto: es en este nivel la primera vez que tiene la posibilidad de reconocerse en algo.

En relación al recorrido pulsional y a la constitución del sujeto/deseo podemos entender que en cada nivel se están estableciendo mojones para intentar contrarrestar el caos de la caída en el mundo que significa el nacimiento y la pérdida del Todo mítico original. El bebé llega con una pura inmediatez: comer, defecar y dormir. Así, se trataría de poner orden a la dimensión espacial, a la construcción del adentro y el afuera, del yo y el no-yo. Y paralelamente se trataría de construir la subjetividad en torno a la dimensión temporal, a escandir el tiempo, a dominar la espera.

En este sentido el ensayo de Pascal Quignard sobre la voz humana que vimos la clase anterior, apunta justamente a cómo la voz de la madre pone un orden en ese caos.
La melopea, la melodía materna remite a una manera de entender el objeto perdido “petit a” en relación a la voz de la madre que, cual música acuática acompañó al feto en sus nueve meses de encierro uterino.
Esto es interesante desde el punto de vista de la pulsión invocante porque enriquece y amplía lo que habíamos venido viendo.

En su Seminario 10, Lacan hace una referencia a la dimensión propiamente vocal en la que está soportado el “objeto a”. Para ello nos trae el ejemplo del shofar. Es un instrumento de viento fabricado con el cuerno de un macho cabrío salvaje, cuyo sonido ritual se escucha en las sinagogas para las fiestas del Yom Kippur (el día del Gran Perdón).
Este comentario de Lacan se nutre de un artículo de Theodore Reik sobre “El Ritual”, que a su vez remite a los textos bíblicos donde se hace referencia al sonido del shofar, un sonido profundamente conmocionante, en relación al sonido del diálogo atronador sostenido entre Moisés y El Señor. Y Reik concluye que el sonido del shofar es verdaderamente la voz de Dios.
Y es aquí donde Lacan justifica su referencia al shofar para resaltar la existencia de la dimensión propiamente vocal en la que está soportado el objeto a.
Esta dimensión propiamente vocal hay que separarla de la fonematización como tal, del sistema de oposición.
En la relación del sujeto con el significante tenemos que diferenciar:
- la dimensión de articulación, el encadenamiento de un significante a otro significante
- la dimensión propiamente vocal, esto es, cuando el significante es emitido y vocalizado. En el acto de vocalización algo queda aislado

En el nivel invocante tenemos entonces la vocalización. A diferencia de los niveles oral y anal en los que podemos suponer un momento mítico en los que el objeto de la pulsión (pezón y escíbalo) fueron objeto de necesidad primitiva (hambre y evacuación), en el nivel invocante el objeto de pulsión voz no reviste ningún objeto de tendencia natural vocalizante. No se trata de ninguna música primordial sino de lo vociferante propio del significante vocalizado.

El interés del shofar reside en mostrarnos el rugido de Dios, el lugar de la voz, pero que se halla bajo la forma de voz en potencia.
Lacan no deja de resaltar que la voz que nos interesa en tanto sede del “petit a” invocante es la voz en cuanto imperativa.


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