"A mi juicio, el destino de la especie humana será decidido por la circunstancia de si el desarrollo cultural logrará hacer frente a las perturbaciones de la vida colectiva emanadas de la pulsión de agresión y de auto destrucción. (...) Sólo nos queda esperar que la otra de ambas potencias celestes, el eterno Eros, despliegue sus fuerzas para vencer en la lucha con su no menos inmortal adversario. Mas, ¿quién podría augurar el desenlace final? Freud, Malestar en la Cultura
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20090420

SEMINARIO II, CLASE 4: EL RECORRIDO PULSIONAL Y LA EMERGENCIA DEL SUJETO/DESEO


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Matisse: Notre Dame...

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CLASE DEL 1/11/05

El objeto oral: resto de necesidad en el Otro
El objeto anal: resto de demanda en el Otro
El objeto fálico: resto de goce en el Otro
El objeto escópico: resto de potencia en el Otro
El objeto invocante: resto de deseo en el Otro
El Caso Rosalía o la voz en falta

Lacan trabaja este tema en su Seminaro X sobre la angustia.
El recorrido pulsional hay que pensarlo, no como algo escalonado ni progresivo, sino como un recorrido circular en el que el sujeto S se va constituyendo en relación al Otro.

FÁLICO

ANAL ESCÓPICO



ORAL INVOCANTE


El estadio central es el fálico y a partir de él tenemos que entender los otros cuatro. Es el eje, el condicionante que rige a los otros. El falo es el intercambiador que hace posible la circulación, el objeto que marca la pauta en tanto objeto faltante: el falo ausente (- ).
El falo falta en la niña pero también en el niño. De cara al falo, el pene es tan insuficiente como lo es el clítoris.


ORAL
ANAL
FALICO
ESCÓPICO
INVOCANTE
BOCA
ANO
GENITAL
OJO
LARINGE-OIDO
PEZÓN
ESCÍBALO
FALO (- )
MIRADA
VOZ
NECESIDAD
DEMANDA
GOCE
POTENCIA
DESEO

Vamos a desarrollar este gráfico. En cada uno de estos estadios la pulsión hace un recorrido circular, que partiendo de una zona corporal alrededor de un orificio, contornea un objeto desprendible, y, retornando sobre si misma, genera una dialéctica de separación entre el sujeto/deseo naciente y el Otro.
Forzando un poco el esquema podemos referirnos al sujeto oral, al sujeto anal; o al deseo oral, al deseo anal. Cada una de estas etapas es una estructuración diferente, se constituye como estructura diferencial.
Decimos que el sujeto emerge de su separación al Otro, y de esa separación cae un resto que llamamos “objeto a”. El sujeto va emergiendo en cada una de estas confrontaciones con el Otro. El Otro primordial originario es la madre, pero si hablamos del Otro como lugar, es el lugar de donde le viene el deseo.
El deseo se va estructurando en cada uno de estos niveles pero termina de estructurarse en el último, en el nivel de la voz significante.



En el nivel oral lo que prima es la relación al Otro en torno de lo que es la función alimenticia, ese encuentro del sujeto con el Otro es en relación a la necesidad. El vínculo por excelencia entre el bebé lactante y su madre es un vínculo de necesidad. Pero siempre queda un resto sin satisfacer. El vínculo de pura necesidad sólo es concebible en el reino animal. Entre el cachorro humano y su madre más allá del vínculo de necesidad ya apunta el deseo.

En el nivel anal aparece una consecuencia muy importante en relación a la emergencia del sujeto. En este recorrido pulsional, en el momento de la educación de esfínteres, el excremento se carga de un valor indispensable. Y es que por primera vez se constituye el otro diferenciado del niño. Porque en el nivel oral, el objeto en torno al cual trabaja la pulsión – el pezón- , para el niño tanto el pezón que succiona como el dedo que chupa son dos partes de su propio cuerpo. No hay adquisición del otro diferente, eso se adquiere con la educación de esfínteres, en donde el resto que se constituye en la dialéctica del sujeto con el Otro, tiene que ver con la demanda en el Otro. El resto que cae es el excremento como resultado de la demanda del Otro: ¿”A ver que linda caquita hace el nene?”. Esa demanda constituye al otro como diferente.

En el nivel fálico encontramos el organizador que reactualiza y reenvía todo este proceso, que actúa a posteriori, marcando cada una de las otras cuatro etapas. Es el organizador fálico en tanto imagen que falta (- ). Es tan fálico el pene como la teta y cada uno de los cuatro objetos pulsionales sirve a la pulsión en tanto caídos, cesibles, faltantes.
El falo como imagen irrepresentable, velada, remite a ese lugar de completud, ese lugar del todo, del goce mítico entre la madre y su niño.
En el encuentro con el Otro a nivel fálico resulta el goce, y supone la castración como prenda del encuentro del goce fálico. Y la castración posibilita la emergencia del sujeto.
Castración quiere decir que se prohíbe el goce de la madre hacia el niño y del niño hacia la madre. Se prohíbe el goce en relación a discriminar lo que es deseo de lo que es goce; a discriminar lo que es del orden de la ternura, de lo que es del orden de la sensualidad.
Complicado, porque el ejercicio de la ternura es muy importante en la relación madre-niño. Pero es allí donde la madre tiene que poner en acto su propia castración “Eso que tu me pides yo no puedo dártelo, tendrás que buscarlo fuera”.

En el nivel escópico ya Freud diferenció el ojo de la visión, en tanto función yoica de ubicación espacial, del ojo de la mirada, el que acaricia, que desviste con la mirada.
La emergencia del sujeto la vamos a remitir a ese resto de la dialéctica del sujeto con el Otro que se produce en relación a lo que es la imagen especular. En ese famoso estadio que Lacan enuncia como estadio del espejo, el bebé entre los 6 y los 18 meses reconoce en el espejo una imagen que en potencia tiene toda la coordinación de movimientos que a él le falta. Es decir, hay un hiato, una distancia entre lo que él ve en la imagen especular y lo que el autopercibe propioceptivamente , en su propio cuerpo. El se percibe como un montón de miembros descoordinados y lo que ve en el otro es un cuerpo coordinado. En este sentido decimos que el encuentro del sujeto con el Otro deja un resto en relación a la potencia. Como si el otro fuera potente y el impotente.




En el nivel invocante , la pulsión erige como zona el aparato fonador y el auditivo, la voz emitida y la voz oída , oír y ser oído. Mientras en lo escópico, el cortocircuito pulsional se traduce, por ejemplo, en ceguera, en la falta de mirada, en lo invocante la acción de la pulsión puede traducirse en sordera o en afonía, en falta de voz.
Y en este nivel se produce por excelencia el encuentro con el deseo del Otro. Lo que cae es un resto de voz que tiene que ver, diríamos, con un pedazo de demanda, con demandas insatisfechas que de alguna manera insisten. Es como si hubiera una voz que no fue dicha o una voz que no fue escuchada, que está ahí, en el espacio circulando sin respuesta. Y que tiene que ver con el deseo del Otro.

Cada vez que hablamos del deseo del Otro no limiten su significación al Otro primordial materno, no lo remitan a una persona sino a un lugar, al lugar de la causa inconsciente, y como tal insatisfecha. El Otro es lo inconsciente como ese espacio, esa otra escena donde se teje el destino del sujeto, en función de significantes que se reiteran


EL CASO ROSALÍA O LA VOZ EN FALTA:

Vamos a ver ahora un caso que trabaja Freud en sus “Estudios sobre la histeria”.
Es una joven que consulta porque tiene una opresión en la garganta que le impide cantar. Entonces vamos a ver como trabaja la pulsión en relación al objeto voz.

Recordemos que cada uno de los objetos de la pulsión son elegidos en tanto son objetos caídos, objetos susceptibles de falta: el pezón en tanto pezón del destete, el excremento en tanto demandado por el otro, la mirada en tanto incompleta, en escotoma, y la voz en tanto voz sin respuesta, en menos.

Siguiendo con Rosalía, cuenta que fue huérfana de niña, recogida por unos tíos, una pareja con peleas constantes. El tío era un personaje que perseguía con acoso sexual a las criadas; la tía era una mujer cargada de hijos sometida a su marido. Esta tía muere al poco tiempo y Rosalía se hace cargo de la crianza de los niños.
En todo este tiempo Rosalía ha tenido que soportar los improperios de su tío, reprimiendo con gran esfuerzo su impulso de contestarle; ha ido silenciando su voz.
Cada vez que había una escena de violencia con el tío en la que ella tenía que reprimirse, experimentaba una opresión en la garganta, una afonía.
Rosalía estudiaba canto y como esta situación en que vivía de violencia, represión y consiguiente afonía, le impedía cantar, decide irse de la casa del tío.
Ahí es donde aparece en Viena e inicia el tratamiento con Freud. En Viena se va a vivir con otros tíos. Pero la pobre no va a tener suerte, porque al nuevo tío le gustará tanto la voz de Rosalía que está se ganará los celos y la enemistad de su tía.
La sobrina no se atreve cantar en su presencia y espera a que la tía se ausente para cantar ante el agradecido tío.
A esta altura abandona el tratamiento. Pero un tiempo después reaparece alarmada porque el día anterior le ha surgido un desagradable hormigueo en la punta de los dedos que la obliga a hacer unos rápidos movimientos.
Freud diagnostica un pequeño ataque histérico y retoma el tratamiento hipnótico de resultas del cual Rosalía relata una serie de escenas infantiles que tienen como denominador común el de haber sufrido una injusticia sin protestar ni defenderse.
Después aparece una escena de la adolescencia en la que está dándole unos masajes en la espalda a su primer tío, el que imprevistamente se da vuelta debajo de su toalla atrayéndola hacia sí.
Freud explica el hormigueo en la punta de los dedos por el impulso experimentado y reprimido en aquella ocasión de castigar a su tío.

Y por último relata la escena de la tarde anterior que desencadenó la reaparición de este síntoma: creyendo que su mujer se había ausentado el tío le pide a Rosalía que cante. Y estando en ello reaparece la tía. Rosalía cerró precipitadamente la tapa del piano y alejó el libro de música.
Aquí encuentra Freud la relación con las escenas anteriores en las que es tratada injustamente, en las que se sospecha de ella.

Ella es un alma bella incapaz de reconocer su participación por activa o por pasiva en estas escenas de seducción por un adulto.
En este caso vemos entonces aparecer la voz en menos como síntoma neurótico. Es el sujeto voz el que está en la categoría deseable: es ella como voz la que es deseada.
Allí es donde cae la represión y se constituye el síntoma.


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