"A mi juicio, el destino de la especie humana será decidido por la circunstancia de si el desarrollo cultural logrará hacer frente a las perturbaciones de la vida colectiva emanadas de la pulsión de agresión y de auto destrucción. (...) Sólo nos queda esperar que la otra de ambas potencias celestes, el eterno Eros, despliegue sus fuerzas para vencer en la lucha con su no menos inmortal adversario. Mas, ¿quién podría augurar el desenlace final? Freud, Malestar en la Cultura
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20090420

SEMINARIO I, CLASE 25:EL DESEO, FUENTE DEL MALESTAR


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David del Real: Noche de fiesta



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CLASE 12/04/07

El pharmacon, los hechiceros y la obesidad del alma
Nada está preparado para hacernos felices
¿Amar u odiar al prójimo como a uno mismo?
El funcionamiento paradójico del Superyo

Hay un artículo del mes pasado en el diario “El País” que se titula “La psiquiatría llegará al ambulatorio”
La estrategia de Salud Mental consiste en preparar a todos los médicos del servicio primario para la detección de enfermedad mental. El 10% de la población es factible de ser encuadrada en un caso de enfermedad mental, cuatro millones de personas. Van a preparar a los médicos, que tienen 5 minutos para cada paciente, siguiendo lo que ellos llaman la práctica basada en la evidencia, la evidencia estadística; y diagnosticar a partir de una guía de práctica clínica muy detallada que el ministerio está preparando. Intentan poner la psiquiatría al alcance de la sociedad. Privilegian dos grupos de riesgo, el de los cuidadores, es decir, el de los familiares con un enfermo mental a su cargo; y el otro grupo es el de los adolescentes. El articulista, J.S., habla de hiperactividad, inadaptación
y psicopatía. Pero además dice: aquí el problema no es ya la formación de los médicos, sino que hay en la sociedad actitudes anticuadas, como la de que estas cuestiones no se pueden hablar en casa, ó, dice J.S., “hay resistencia a admitir que el cerebro es al fin y al cabo un trozo de cuerpo y que son los médicos, no los hechiceros, los que pueden reparar sus averías.”
La sabia conclusión del articulista es, pues, que la llamada enfermedad mental es causada por una avería en un trozo del cuerpo llamado cerebro. Nada nuevo bajo el sol de la psiquiatría más rancia. Pero además descalifica de un plumazo toda terapia que no sea médica, catalogándola de “hechicería”. ¿A alguien le queda alguna duda que bajo ese término mete también al psicoanálisis?
Ese discurso es el que sostiene la ciencia médica: se tapa una cañería, compras una pastilla y la echas. Y todos felices, en especial la gran industria del pharmacon.
Se calcula que el 10% de la población sufre algún trastorno. De ese 10% las estadísticas dicen que el 1% serían trastornos graves y el 99% trastornos leves.
En el mismo artículo le hace una entrevista al Dr. Manuel Trujillo, Jefe de Psiquiatría de N.York y le pregunta: ¿Inducen las películas y los videojuegos agresivos en el niño un futuro comportamiento agresivo en su adultez? Y Trujillo responde: “Si, inducen, en el mismo sentido en que nuestro ritmo de vida le induce a la obesidad. Con la agresividad pasa igual que con la obesidad. La violencia es la obesidad del alma.”
Este ya no habla del cerebro, de un pedazo del cuerpo, no, está hablando del alma, la agresividad como la obesidad del alma. La metáfora le permite abrir lo que el señor J.S., con su trozo de cuerpo, cierra. Estamos alimentando mal el alma de nuestros adolescentes.

Y en el extremo opuesto de esta gacetilla de sociedad tenemos a Pascal Quignard con su discurso literario, filosófico, poético, él los llama sus pequeños ensayos. Es refrescante leer “El nombre en la punta de la lengua”, que cualquier psicoanalista desearía tener como propio, donde analiza con lucidez y profundidad los significantes amos que gobiernan su deseo. Os dejo una selección de fragmentos de dicho ensayo de Quignard. Vaya como un homenaje a todos los poetas, de los que siempre Freud se declaró deudor.

Vayamos a la última parte del “Malestar en la cultura”. Este texto se leyó durante muchos años como un estudio secundario que la sapiencia de Freud le llevó a escribir en torno a cuestiones sociológicas. Lacan en cambio encuentra este texto revolucionario, en tanto lo que Freud nos dice no es simplemente que el ser humano tiende a la felicidad y que las reglas sociales lo impiden, porque eso lo han dicho todos los filósofos de la historia. Lo que Freud dice es que nada, ni en el macrocosmos ni en el microcosmos, está preparado para que el ser humano sea feliz. Hay algo que es inherente a la naturaleza misma de lo humano que impide estructuralmente la realización de su deseo.
La causa primera del malestar en la cultura es el deseo, porque en la naturaleza del deseo está implícita la imposibilidad de su realización.
Como dice un verso anónimo castellano ¿Qué busca este mozo en casa ajena? ¿Acaso su mujer es rubia y prefiere una morena? No, ambas son igual de hermosas. Lo que busca es el placer de seguir buscando.
Ese es el objeto del deseo. La propia búsqueda.

Ahora bien, a esta altura del texto Freud trae el concepto de superyo para intentar explicar como surge este tema del malestar. Lo relaciona con el sentimiento moral, con la conciencia de culpa y con la necesidad de castigo; conceptos que baraja en una especie de cóctel, va y viene con ellos, en un proceso de tesis, antítesis y síntesis, a la que no se llega con facilidad.
Al hilo de todo esto nos trae el precepto cristiano: “Amarás al prójimo como a ti mismo”. Freud se pregunta cómo llegar a cumplir tamaño mandamiento imposible.
Uno se podría plantear, dice Freud, que el amor es algo muy precioso para malgastarlo en un prójimo cualquiera. Es más - agregaría otro – sólo merecería mi amor si se me asemejara tanto que pudiera amar en él a mi mismo. Inclusive habría alguien que más severo aún podría preguntarse ¿solamente he de amarlo porque él también es una criatura de este mundo, como amaría a un insecto o a una culebra? Sólo le daría una ínfima parte de mi amor.
En el mismo estilo, Lacan nos dice que las almas bellas – los optimistas ingenuos- exclamarían: ¿por qué amar a mi prójimo tan sólo como a mi mismo, porqué no amarlo más? O también tendríamos el caso de aquellas personas experimentadas que dirían: ¿estamos tan seguros que uno se ama a si mismo? Y habría otro sorprendido que diría ¿me está pidiendo que sitúe el egoísmo como el modelo del amor?

Están subrayando el carácter de utopía de este mandamiento, en tanto tu ignoras que tu eres ese a quien odias. Es decir, tu no te amas a ti mismo, tu te odias a ti mismo. Ese es el fundamento en el que Freud se está apoyando para escribir el Malestar en la Cultura, la pulsión de muerte, el desgarramiento interior que lleva al sujeto a convertir la agresividad en algo vuelto sobre si mismo.
Con el concepto de pulsión de muerte, de autodestructividad inconsciente, le quitamos al ser toda la carga de alma bella que durante tantos siglos lo protegió, le permitió el ejercicio de la denegación, del no querer saber. Han intentado vestir, a los niños como ángeles, y a los adultos como buena gente.

En este texto Freud hace una analogía entre el conflicto individual y el conflicto cultural. Nosotros hablamos de yo, ello y superyo , que son las instancias que Freud elabora con la segunda tópica del aparato psíquico, tres instancias que tienen que mantener un equilibrio de fuerzas. Cuando tenemos un Superyo muy crecido, un superyo que coherciona al Ello, a las pulsiones, aparece la neurosis. Y cuando tenemos un superyo que coherciona al Yo, que reprime la agresividad del Yo, da lugar a la culpa.
Es decir, el superyo triunfa, consigue que el Yo no sea agresivo. Pero el precio que tiene que pagar, es la culpa.
El camino sin retorno del trabajo coercitivo del superyo es la necesidad de castigo, que nos lleva a la paradoja del funcionamiento superyoico, que es que a mayor superyo, mayor necesidad de castigo; y a mayor necesidad de castigo, mayor refuerzo del superyo. Es una espiral imposible que te lleva a un callejón sin salida.
Aquí estamos trabajando con la primera idea, la del superyo como heredero del complejo de Edipo, heredero de la autoridad de los padres. Esto es muy gráfico en los niños, el niño necesita que el padre le diga “¡Eso no!” Cuando el niño ha podido superar el transito edípico e inscribir la función del padre podrá llevar la prohibición internalizada, sin necesidad de que esté todo el tiempo el padre diciendo que no. El éxito de la función del padre remite a que no es necesario que esté presente físicamente para ser ejercida.

Los mandamientos culturales, sociales permitirán mantener la sexualidad bajo control, a nivel de servir a los fines de la reproducción. Y también para el control de la agresividad, como por ejemplo “amarás a tu prójimo como a ti mismo”, y “no matarás”.

La ferocidad del superyo no está en directa relación a la severidad de los padres. Para el pensamiento políticamente correcto habría que ser padres permisivos, padres buenos que no castigan a su hijo, porque creen que sino, el hijo, cuando sea mayor, se transformaría en un adulto castigador. Y la cuestión no es para nada así. Poner límites permite que el niño se tranquilice en su lugar de niño y pueda dar expresividad a sus fantasías edípicas de amor y odio por sus padres.

RESUMEN: LA PARADOJA DEL SUPERYO:
Tanto más severo cuanto más virtuoso es el individuo
El superyo y la conciencia moral: del padre a la cultura
Deseo<>Superyo=Culpa >Necesidad de Castigo
Remordimiento
Autodestrucción

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