"A mi juicio, el destino de la especie humana será decidido por la circunstancia de si el desarrollo cultural logrará hacer frente a las perturbaciones de la vida colectiva emanadas de la pulsión de agresión y de auto destrucción. (...) Sólo nos queda esperar que la otra de ambas potencias celestes, el eterno Eros, despliegue sus fuerzas para vencer en la lucha con su no menos inmortal adversario. Mas, ¿quién podría augurar el desenlace final? Freud, Malestar en la Cultura
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20090419

SEMINARIO I, CLASE 1: LO ESPECÍFICO DEL SER HUMANO


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David del Real: Jinete con caballo verde


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CLASE 02-03-06


Vamos a empezar este seminario intentando acotar aquello que para el psicoanálisis es lo singular del mundo humano, tema base que nos permitirá más adelante definir que es el padecimiento mental, que es lo que enferma al individuo.

¿De qué se quejan nuestros pacientes? Algunos vienen con un padecimiento muy localizado, con un dolor físico, con un síntoma que ha cogido una parte del cuerpo. Ya han transitado por distintos especialistas médicos que le han dicho: “no tienes nada”, ó “son los nervios, el estrés” ó “es psicosomático”. En otros casos el padecimiento se manifiesta en ideas que torturan obsesivamente, o en actos, tics o rituales que se le sobreimponen compulsivamente y de los que no puede responder. Traen distintos síntomas localizados en el cuerpo, o en la mente, o en la acción. Y fundamentalmente, aquellos sufrimientos que son, dicen, ocasionados por el otro: el otro del amor, o de los celos, o del odio.

Los psicólogos bien pensantes dirán que estos trastornos obedecen a que estos individuos han perdido la “adaptación a la función normal, a la función natural”.
Y aquí está la trampa: dar por sentado que el ser humano obedece a patrones de conducta naturales.
Por el contrario, la singularidad del mundo humano a nivel de su funcionamiento psíquico es haber perdido lo natural. Se supone que si lo ha perdido es que alguna vez lo tuvo. Y esto es paradójico, porque antes, cuando existía lo natural, no existía lo humano. Lo humano surge a partir de que surge lo cultural. Lo natural se restringe a lo animal. Entre el antropoide precursor y el hombre hay un salto que no se termina de explicar por la biología. La ciencia se refiere a ello como “el eslabón perdido”.
Y aquí es donde entran a opinar las distintas disciplinas humanísticas: la antropología, la sociología, la historia, la psicología. Lo que el psicoanálisis subraya, apoyándose en la antropología, es que este pasaje de la naturaleza a lo humano adviene a partir de la adquisición del lenguaje. A partir de ese momento se dispara el pensamiento y la cultura, pero a cambio algo se pierde, como la caída de Adán y Eva al ser expulsados del Paraíso. Se pierde el paraíso de lo natural y entramos en el mundo de lo simbólico.

Entonces ¿cuál es la singularidad del ser humano?: SER HABLANTE
El hombre vive en un mundo de palabras, es decir, está inscripto en un mundo simbólico, un mundo donde hay reglas simbólicas que rigen nuestro accionar. Y las reglas del lenguajes resumen en sí las reglas de lo simbólico por excelencia.
Así veremos más adelante cómo el objeto de estudio fundamental del psicoanálisis, esto es el inconsciente, está estructurado como el lenguaje.
Cuando se adquiere esta estructura, que es la estructura de lo simbólico, esto hace que se pierda la posibilidad de conectarnos con el objeto natural. Ya nada de lo que intentemos alcanzar para satisfacer nuestra necesidad habrá conservado la condición de natural.




-Supongamos un monito que tiene hambre: ante una necesidad se pondrá en marcha un mecanismo que, en función de un saber instintivo y de un aprendizaje, dará como respuesta una conducta adecuada para la satisfacción de dicha necesidad.
El monito cuando tiene hambre se agarra a la teta de la madre y chupa. Ahí tenemos un contacto directo con el objeto natural que satisface la necesidad, en este caso el hambre. Lo mismo pasa con el otro gran apetito que es el sexual. El mono cuando tiene apetito sexual sigue unas reglas que tiene inscriptas en sus genes, que le permiten identificar, por determinada reacción química-olfativa, cual es el objeto que va a satisfacer su necesidad. No hay equivocación posible: hay una respuesta automática de reconocimiento del objeto que viene predeterminado genéticamente. Cada especie tiene su disparador instintivo, su código, sus reglas propias.
Esto no pasa con la especie humana.

-Supongamos un bebé que tiene hambre: A diferencia del monito, el bebé es totalmente dependiente debido a su nacimiento prematuro. Por un lado la mielinización de su sistema nervioso aún no ha culminado con lo que presenta una incoordinación motriz severa; y , por otro lado un déficit de dotación instintual lo deja inepto para la sobrevivencia. Todo esto lo hace profundamente dependiente. El cachorro humano es como un monito enfermo.
Entonces, ante la llamada de la necesidad, el bebé llora y la madre traduce “tiene hambre”. Pero ya en esos primeros vagidos se empieza a construir entre el niño y su madre una compleja y cada vez más intrincada relación en donde tanto uno como el otro además del alimento intercambian “otra cosa”. La llamada de la necesidad está desde el primer momento contaminada por la traducción significante que viene de la madre. Ya no podemos hablar de pura necesidad, sino de lo que se establece como demanda. Y en última instancia toda demanda se significa como demanda de amor.
Mientras entre la mona y el monito no hay malentendidos en relación a la satisfacción de la necesidad, entre el cachorro humano y su madre, la satisfacción de la demanda siempre es compleja. Hay muchas madres que ante el llanto de su bebé tienen respuestas ansiógenas, o responden a cada llanto dándole el pecho. Ante esa “desadecuación” algunos psicólogos pretenden que se trata de una “falta de saber” que se subsana con un aprendizaje correcto. Para los psicoanalistas hay un obstáculo que no se resuelve con aprendizaje; que el no saber tiene que ver con una verdadera pasión por la ignorancia.
El niño llora, esto es, el niño demanda. La madre le da el pecho. De esta manera satisface el hambre, esto es la necesidad. Pero en la demanda del niño hay algo que queda insatisfecho. Esto es notable en los casos catalogados como “trastornos de la alimentación”. ¿Qué pasa ahí?, ¿es un problema por el alimento?
El psicoanálisis dice: además del alimento se demanda otra cosa. Y esa otra cosa es amor, Eros. Freud hablará de oralidad: el niño desde el primer momento, con el acto de amamantamiento satisface también su pulsión oral, su hambre de amor.
Este es el gran escándalo del enunciado freudiano, el de la sexualidad infantil. Esto le valió ser expulsado de todos los espacios académicos.

LA DIALÉCTICA ENTRE NECESIDAD, DEMANDA Y DESEO
Entonces, junto a la necesidad de alimento, el bebé demanda otra cosa, Eros
La madre será la encargada de transmitirle al lactante al darle el pecho algo del orden de esta demanda: la manera en que lo amamanta, la frecuencia y el ritmo, las caricias y palabras que le transmite, etc., cada uno de sus actos y palabras tiene carácter significante, se inscribe en una cadena o discurso que viene del Otro materno.
El acto de la alimentación se convierte en vehículo privilegiado de esta demanda. Lo mismo del lado del bebé, su llanto de hambre pide algo más que alimento. Con la alimentación se pone en marcha el mecanismo del placer.
Progresivamente, en la medida en que el cachorro humano es capturado en las redes del lenguaje, estas demandas se van haciendo cada vez más complejas. El mundo simbólico lo va marcando con la impronta significante.

-Supongamos que el bebé ha crecido y ahora es un niño ante su merienda:
“¡Esto no me gusta!...¡No quiero colacao, quiero cocacola!...¡Este pan es un asco!...¿Por qué no puedo comer más jamón? Entonces no quiero nada!”
Vemos como la demanda se ha ido despegando cada vez más de la satisfacción de la pura necesidad. ¿qué es lo que demanda este niño? Tendríamos que considerara su discurso en el marco de su situación familiar y seguramente su demanda sería más legible, por ejemplo, ante las tensiones originadas entre la pareja de los padres que hace que la madre este irritable y poco receptiva con su hijo. Esto empujaría al niño a ser especialmente demandante.

Y así progresivamente podemos ir complejizando la demanda en torno al alimento hasta llegar a las situaciones límites de la anorexia. En estos casos patológicos, y sin intentar con ello dar una interpretación única, podemos hacer referencia a la existencia de una madre que no supo abrir la demanda a sus diversas significaciones; como si cada vez que el bebé lloraba, sea por hambre, por sueño, o para ser alzado en brazos, ella interpretaba siempre “quiere comida”. Así, este niño atiborrado por su madre puede dar lugar a un adolescente que rehusa alimentarse, para recrear una falta que aquella ha taponado en su intento de satisfacer solamente sus necesidades.

En la dialéctica de la demanda tenemos que diferenciar entonces el objeto de la necesidad del objeto del deseo. Alimento y amor. Decimos amor, Eros, como la energía común tanto para el afecto tierno como para el afecto erótico.
Es a partir de este mundo simbólico regido por el lenguaje, que se produce un clivaje, una grieta, entre lo que sería el objeto de la necesidad natural y lo que es el objeto de la demanda humana. La satisfacción de la necesidad ha perdido el equilibrio de la homeostasis natural. En la demanda queda un resto de insatisfacción que la comida no llena: ese resto es lo que constituye el Wunsch freudiano, el deseo inconsciente.

¿CÓMO SE ENTIENDE EL DESEO INCONSCIENTE?

El deseo hay que entenderlo como una falta, no como una carencia en la necesidad sino como una falta en ser. Esta falta es una consecuencia de la subordinación del cachorro humano al mundo simbólico, a un mundo de leyes simbólicas que ordenan la realidad. Y la regla simbólica por excelencia es el lenguaje. Esta falta es efecto de la marca del significante en el ser hablante.
El Wunsch freudiano, el anhelo o deseo, tenemos que entenderlo como un deseo de completud, de volver a una situación- no real sino mítica- que es vivida como perdida, cuando la necesidad se satisfacía plenamente con su objeto natural.
Podría suponerse una situación intrauterina en donde el niño estaría completo. Allí, a través del cordón umbilical se lograría una homeostasis o equilibrio entre la necesidad y su inmediata satisfacción, que permitiría forjar una imagen mítica de completud.

A partir de que nace se supone una marca de incompletud que va a ser referente para que en sus sucesivas demandas intente encontrar infructuosamente el objeto que satisfaga su anhelo.
Desde que nace se encuentra interactuando en un mundo de palabras, en donde las palabras, por la propia estructura del lenguaje, son equívocas. Esta es una de las diferencias fundamentales entre el lenguaje del hombre y los códigos de comunicación animal. Cuando una abejita transmite con sus vuelos circulares la distancia y dirección a que se encuentran las flores donde libar, allí no hay ningún equívoco.
En el lenguaje humano en cambio no nos libramos de los malos-entendidos. Y si este discurso se produce, no entre dos seres asépticos, indivisibles, sino entre dos seres enlazados afectivamente, imaginariamente, con sus respectivas divisiones subjetivas, sus propios deseos inconscientes, entonces, la consecuencia de que la comunicación sea equívoca es inevitable.

La demanda, a diferencia del llamado animal supone la articulación del sujeto a la cadena significante. A partir de que se constituye la demanda, por más que se intente satisfacerla, no hay Corte Inglés que alcance nunca a llenarla. Esa falta en ser en la que se sostiene el deseo, es una falta efecto del lenguaje: al nombrar al objeto el sujeto necesariamente le pifia, se equivoca, ya que en tanto nombrado, en tanto significado, no termina nunca de representarlo; siempre queda un margen en esas palabras, esos significantes que nombran lo que hay que desear.

Insisto, ver cómo un niño cuando pide demanda por otra cosa de lo que pide, es muy evidente. Es así con sus juguetes, de los que se cansa enseguida y los abandona pidiendo que le compren otro. ¿qué pide? ¿le van a seguir comprando todos los juguetes de la juguetería?.¿Cuál es la “readaptación” que hay que hacer a este niño? Sería escucharle, dialogar con él, para que pueda intentar definir qué es lo que quiere satisfacer. Y ahí nos enteraríamos, por ejemplo, que ha nacido un hermanito y sus padres está todo el tiempo con el hermanito. O lo que sea.

Volviendo al tema del Wunsch, del anhelo de completud, referirlo a la completud intrauterina es una referencia imaginaria, mítica. Retroactivamente el ser humano, por su necesidad lógica de completud ubica ese referente ideal como algo que alguna vez fue y se perdió. Desde Lacan se subraya que esa falta es una falta-en-ser, una falta constitutiva del ser por su condición de hablante, es el precio a pagar por pertenecer al mundo simbólico, al mundo de la representación, al mundo de las palabras, por estar sujeto y determinado por el significante.
La lógica humana requiere pensar que ese momento ideal existió, momento de completud, de normalidad, de natural, de sano, de adaptado. Y eso es un punto mítico que no se alcanza jamás. Lo perdimos definitivamente cuando dejamos de ser animales.

Entonces, cuando una persona nos consulta acerca de un sufrimiento, en el caso del objeto comida, por ejemplo, eso que los médicos y los psicólogos llaman “trastornos de la alimentación”, lo que el psicoanálisis propone es que ese síntoma en torno al alimento supone un “trastorno del deseo”.
A partir de que entramos en este mundo simbólico, el alimento pasa a ser un elemento simbólico de intercambio entre el niño y la madre, entre el sujeto y el Otro, en un vehículo por excelencia del conflicto entre ambos.


Desde el problema que tienen las madres porque el niño “no le come”, hasta el caso extremo de la anorexia que “come nada”, dramáticamente coherente hasta la muerte, tenemos que entenderlo como perturbaciones del vínculo simbólico, en donde lo que está en juego es la supervivencia del deseo.

En relación a la adquisición del lenguaje, hay que precisar que el lenguaje como estructura se adquiere a partir de que el niño asimila el primer par de oposiciones fonemáticas. Cuando el niño aprende a decir, por ejemplo: “ooooo....aaaaa”, está ya sujeto a la estructura del lenguaje. Cuando dice “mamá” o “papá”, ya hace rato que está en la estructura del lenguaje. Y queda allí, como monito enfermo, atrapado para siempre – en el mejor de los casos – en el mundo simbólico. En el mejor de los casos, digo, porque gracias al mundo simbólico podrá poner un objeto en el vacío de su deseo.
Insisto, la caída del objeto natural que satisface la necesidad, propia del monito, obligará al cachorro humano a singularizar su objeto con las herramientas simbólicas.

Volviendo entonces a la pregunta que abría esta clase, acerca de qué habría pasado para que alguien enferme, el psicoanálisis subraya que la condición neurótica es la condición de base del ser hablante. Todos somos neuróticos. Después habrá que distinguir grados.
Interrogar las condiciones, particulares, los avatares personales de la historia de cada sujeto. Pero la condición neurótica se da por estructura. Esto es así en función de lo que hemos desarrollado más arriba: que el hombre ha perdido lo que sería el objeto apropiado, el objeto natural que satisfaga la necesidad. Y que dichas necesidades han perdido su condición, atrapadas en la dialéctica de la demanda y el deseo inconsciente.

LA SIGNIFICACIÓN DEL SÍNTOMA DESDE EL PSICOANÁLISIS

El síntoma, huésped impuesto, invitado desagradable, que viene no se sabe de donde, es el fenómeno neurótico por excelencia. Es lo que empuja a un sujeto al análisis en tanto encarna lo que no anda, lo que fracasa en el bienestar, el amor, el trabajo; en fin, es lo que se hace presente cuando se rompen ciertos equilibrios en la vida.

Etimológicamente se define al síntoma como indicio de una cosa que está sucediendo. La clínica se valía de la mirada para desentrañar los síntomas. Así progresó la medicina y así la mirada del médico tomó un privilegio dominante.
La pregunta del médico que mira en la clínica moderna es: “¿Dónde le duele?....¿Aquí?” intentando encuadrarlo en un síndrome que tenga su lugar dentro del orden patológico. Esto es, el síntoma médico apunta a la generalidad, donde queda abolida la particularidad del sujeto.
La genialidad freudiana descubre otra lógica, otro método, otro síntoma: los síntomas hablan, tienen un sentido y al mismo tiempo están en relación a un inconsciente.
Se trata entonces de escuchar al sujeto que habla. Un mismo síntoma quiere decir cosas distintas para cada sujeto. El síntoma analítico apunta a la singularidad

Freud desde muy temprano, como veremos en sus “Estudios sobre la Histeria” entiende el síntoma como un mensaje que hay que descifrar, como una metáfora que tiene un sentido. El síntoma como un transporte de sentidos, en donde el dolor en un pie puede ser escuchado como metáfora de otro dolor.


Cuando el paciente trae un síntoma, o un sueño, o una idea, lo que trae es una producción propia. Se trata de poder mostrar cómo esa producción propia no está siendo escuchada por sí mismo. Cómo en esa metáfora algo está siendo dicho y no está siendo sabido por el yo.
“¿Porqué me duele la pierna?” Eso es lo que el yo no sabe. Y el analista tendrá que guiar al analizante en la búsqueda de ese saber inconsciente no sabido por el yo.
“¿Cuándo le empezó a doler la pierna?”
“Puéees...hace unos 3 meses”
“¿Y qué pasaba en su vida hace 3 meses?”
Es por esta vía que tenemos que intentar descifrar la demanda, la metáfora, el síntoma del paciente

DIGRESIONES SOBRE LA COMPLETITUD, LA OMNIPOTENCIA Y LA LEY

Uno de los caminos que tenemos para intentar llenar ese vacío incolmable que llamamos “deseo inconsciente” es la búsqueda de la satisfacción sexual. Pero es un camino que se revela siempre en “impasse”, sin salida.
Otro es recurrir a toda la producción simbólica que llamamos sublimatoria: trabajar, crear, plantar un árbol, escribir un libro, tener un hijo. Todo lo que se llaman producciones culturales.
Otros lo buscan en la religión. La religiosidad es inherente a todos los grupos humanos. Todos necesitan ese garante universal símbolo del Padre, pero no del padre de carne y hueso, del padre humano, con sus debilidades y sus carencias, sino del Padre Omnipotente. Porque existe una necesidad infantil de tener ese referente idealizado que lo puede todo. Y eso hace daño, porque si tú no aceptas la falla del padre no puedes aceptar tu propia falla..
La religión también es el instrumento por excelencia que a la humanidad le permite asumir el tema de la muerte. La religión sirve fundamentalmente para que el ser humano intente asumir esa incompletud fundamental, la de no ser inmortales; intente simbolizar ese elemento natural, real, que es la muerte.
El animal, por eso está en el paraíso, no tiene conciencia de su transitoriedad, el vive en un puro presente. Algunos se preguntan por la muerte en el animal: ¿el animal siente la pérdida?. Por supuesto que un perro sufre cuando se muere su amo, pero estamos ante un animal doméstico, culturalizado. Cuando el animal entra en las reglas simbólicas del hombre ahí ya se humanizó, ya entró en la vida afectiva humana.
Pero no podemos decir que el animal salvaje sienta la muerte. El registro animal del hecho natural muerte no tiene nada que ver con la consciencia de muerte del ser humano.
Entonces la religiosidad como instrumento para simbolizar la muerte es bienvenido. Lo que pasa es que después la religión se instrumentaliza con fines de poder, a querer educar a partir de un código de normas y valores. Y uno de los temas más conflictivos fué el de las normas sobre el sexo.
Las normas son imprescindibles para el funcionamiento del grupo. ¿Cuál es el origen de las normas, el origen de la ley simbólica. Los antropólogos han estado estudiando este tema en investigaciones de campo viendo las llamadas civilizaciones primitivas, que ya no quedan. Pero hace 60 años todavía tenían la suerte de encontrar una tribu perdida en medio del Amazonas que no había tenido ningún contacto con la llamada civilización.


Levy Strauss, uno de los padres de la Antropología Estructural ha hecho estudios comparativos entre distintas culturas y asevera que todas tienen en común una regla básica, regla que permite organizar las estructuras de parentesco, que permite definir las alianzas dentro del grupo, y es la ley de exogamia o ley de prohibición del incesto.

Todos los grupos humanos en su evolución parten de una regla básica que es:
“con este te puedes emparentar y con este no te puedes emparentar”
Esta ley es diferente según cada cultura. Pero en todas hay una secuencia de personas prohibidas con la que no se pueden tener hijos. Ese alguien cae en todos los casos en la prohibición de la madre. Con respecto al padre hay que hacer la salvedad de que el padre no es necesariamente el que ha generado biológicamente los hijos. En algunas culturas se nombra padre al tío materno de la criatura. En función de esto sería el personaje tabú.

Nos hemos desviado en esta digresión antropológica sobre el origen de la norma, de la prohibición, fundante de toda cultura. El aprendizaje de las normas acompaña al niño desde el primer día, normas de alimentación, de higiene. El destete, el control de esfínteres son los grandes momentos en la adquisición de las normas.
A lo largo de este seminario trabajaremos el tema del síntoma y veremos como juega allí la norma, esto es, la prohibición, y consecuentemente, el tema de la culpa.



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