"A mi juicio, el destino de la especie humana será decidido por la circunstancia de si el desarrollo cultural logrará hacer frente a las perturbaciones de la vida colectiva emanadas de la pulsión de agresión y de auto destrucción. (...) Sólo nos queda esperar que la otra de ambas potencias celestes, el eterno Eros, despliegue sus fuerzas para vencer en la lucha con su no menos inmortal adversario. Mas, ¿quién podría augurar el desenlace final? Freud, Malestar en la Cultura
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20090420

SEMINARIO II, CLASE 12: "O EL GOCE O EL DESEO"


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Matisse: Retrato de Mme. Matisse

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CLASE 07/03/06

Objeto del deseo y objeto de la pulsión
“Cómeme- déjame comerte”
El hombre sin gravedad
El cuerpo asexuado


Estamos trabajando el texto de Recalcati “La última cena” porque nos viene a medida para profundizar en torno a la pulsión oral, en torno al goce, al objeto perdido, al vacío.
El objeto de la pulsión es en tanto ha caído. La pulsión como tal es entonces un empuje, bordeando un orificio en torno a un objeto que falta. Y esta pulsión se pone en marcha contorneando de manera repetitiva en torno a ese vacío, de tal manera que la pulsión no se satisface nunca.

Hay que matizar la diferencia entre el vacío del objeto del deseo y el vacío del objeto de la pulsión. La pulsión se constituye en torno a determinados objetos privilegiados, oral, anal, fálico, escópico e invocante. Cuando decimos que el pezón es el objeto de la pulsión oral, nos referimos al pezón faltante, es el pezón del destete, el pezón que ya no está. Ese es el objeto que busca la pulsión.
Ahora bien, si remitimos el objeto como perdido es en realidad un objeto que nunca ha estado, porque de lo que se trata es de un objeto de satisfacción total. Y el pezón nunca significó la satisfacción total. El pezón siempre nos dejó con hambre, no de alimento, sino de esa Otra Cosa.
El objeto causa del deseo es del orden del ser. La falta no es una falta de tener, sino una falta en ser. Es la falta que nos cae fatalmente por pertenecer al orden simbólico.

Hay un texto de Virginia Wolf en el que se evoca ese objeto perdido que nunca ha sido. Es una escena en la que una niña contempla un pájaro moribundo mientras pregunta:
“¿y qué pasa cuando se muere?” y la tía le responde: “vuelve de donde ha venido antes de nacer”, a lo que la niña concluye: “yo no recuerdo de donde he venido”.

Podemos identificar el objeto perdido con ese lugar de completud, lo real, completo como la nada. Referido al cuerpo, el objeto falta en ser es ese resto del cuerpo que no ha sido inscripto como cuerpo significante, como agujero al que la pulsión en su intento de alcanzar sólo puede bordear.
A través de las resignificaciones oral, anal, fálica, el cuerpo adquiere marcas significantes que lo constituyen como cuerpo pulsional.
La imposibilidad estructural de que lo significante, lo simbólico, recubra totalmente lo real de nuestro cuerpo, deja un resto o lugar vacío que llamamos “objeto a”.
La pulsión es el intento de colocar un fragmento separable del cuerpo en ese lugar vacío, como objeto de goce.
Será el fantasma el que permitirá definir esa búsqueda en un objeto imaginario al que asignará el valor de objeto meta del deseo. Pero el camino de realización del deseo sólo puede ser simbólico, esto es, sublimado.

Tenemos dos opciones: o el goce o el deseo. Y esa es por excelencia la gran disyuntiva histérica: dejar el deseo insatisfecho para salvaguardarse de ser reducida a objeto de goce del otro.
La paradoja es que en el caso de la anorexia-bulimia lo que se busca es restaurar aquello que no se satisface, esto es, el signo de amor. “¡No insistáis en darme comida, lo que yo necesito es un signo de amor!”. Es pedirle al Otro que muestre su deseo, que se muestre faltante. El signo de amor por excelencia es ser deseado por el Otro: “¡Quiéreme! No me llenes con cosas que tu tienes, dame lo que tú eres!”

La dialéctica “cómeme- déjame comerte” es la cara pulsional, la cara del goce, no la cara del deseo. Es la papilla asfixiante de la madre que demanda “¡cómeme!” a la que la anorexica dice “¡basta, deja lugar para mi deseo, deja lugar para ser deseada por ti, para que yo reciba tu deseo!”
Lo que la madre no puede poner en circulación es el más allá de la demanda. No es que las madres de las anoréxicas no quieran a sus hijas, lo que pasa es que es un querer objetal: quiere de la misma manera que demanda, que educa, que transmite las pautas de la necesidad. Y el querer es de otro nivel. Estar en el nivel del deseo es mostrar que algo le falta. Sino, es estar en el nivel de la omnipotencia.
Entonces, es imprescindible que el bebé ocupe el lugar del deseo de la madre. Pero no para quedarse allí, sino para transitar y salir, tránsito edípico cuya salida depende de la vigencia del Nombre del Padre para efectuar la metáfora paterna e instaurar la castración. Poder separarse y buscar su deseo fuera de la madre.
Pero si no existe ese deseo primero que conjuga el “deseo de ser deseado”, no se pone en marcha el deseo propio.
El mal entendido de la anoréxica es que su incompletud ella la pone en el estómago. Porque claro que se trata de un vacío y de la defensa de un vacio. Pero se trata del vacío de ser que nos constituye como sujetos de deseo, faltantes, incompletos.
En relación a esto hay un libro de Charles Melman, “El hombre sin gravedad” que postula que estamos viviendo una mutación de la economía psíquica, en pos de un sujeto sin división, de un sujeto entero, completo, que ya no se interroga sobre su propia existencia, un sujeto cuya conducta estaría, como en el animal, predeterminada, y sólo bastaría dejarse llevar.
Esta nueva economía psíquica funcionaría tras la búsqueda del objeto, pero no del objeto representación, sino del objeto parte en la realidad. Este es justamente el principio en que se basa la teoría cognitivista. Se trataría de gozar a cualquier precio. Dice Melman: “...cada uno puede saciar públicamente todas sus pasiones y, más aún, pedir que sean socialmente reconocidas, aceptadas, incluso legalizadas. Una formidable libertad pero al precio de no pensar.”
Es como si se aboliera la metáfora y se pudiera vivir fuera del lenguaje. En vez de apoyarse en la falta de objeto, la nueva economía psíquica funcionaría sobre el objeto necesario y presente
Del sujeto dividido, esto es, neurótico, se estaría virando al sujeto supuesto completo, esto es, perverso.
Volviendo al objeto oral y a la comida, sólo la pasión por no querer saber puede justificar el no ver que la comida es algo más que un objeto de necesidad. La comida es por excelencia un objeto de intercambio simbólico entre el niño y su madre. Pretender que la anorexia es sólo una perturbación de la conducta alimenticia es intentar negar al sujeto, al sujeto dividido, deseante.
Recalcati asimila la figura de Judas, el que traiciona al Otro, con la actitud de la anoréxica con la comida, porque la comida siempre es en la mesa del Otro, en tanto lugar de lo simbólico. Judas se sienta a la mesa para traicionar al Otro. La anoréxica-bulímica patea la mesa del Otro: o rechaza la comida, o come vorazmente y vomita. Eso es romper las reglas de la comensalidad. La comida dejó de ser objeto de necesidad desde que pasamos de lo crudo a lo cocido, como lo especifica la antropología.
El arte culinario refleja las leyes de la cultura. Actualmente hemos pasado de la fabada de la abuela, contundente y sustanciosa, a esa otra comida de “la nueva cocina”, que en un plato enorme te sirven minúsculos manjares, como si fuera un dibujo sobre un lienzo blanco; lo que nos comemos es el ornamento en torno al vacío.
Se trata de reconocer las reglas que ordenan simbólicamente nuestra relación con la comida.

La esencia del deseo no tiene que ver con el tener
El paso primero es imperioso, ser deseado por el Otro. El deseo del sujeto se pondrá en marcha a partir de que el niño confirma que el Otro lo desea. El peligro es : “aquí me quedo”. Afortunadamente, si funciona la metáfora paterna, el sujeto puede separarse del Otro.
La púber se enfrenta con la emergencia de su sexualidad y eso le replantea su huida hacia atrás. Y su estrategia anoréxica consiste en inhibir el desarrollo de su cuerpo, aplanar las redondeces: el ideal del cuerpo flaco.
No poder asumir su ser sexuado la lleva a convertir su cuerpo en lo más asexuado que hay. Es la negación de su sexualidad.
La anorexia, como estrategia histérica, es un atentado al ideal masculino del cuerpo femenino.

El cuerpo está de entrada marcado por los significantes, inscripto desde antes de nacer en el mundo simbólico, de la cultura, de la familia que ha prefijado ya para ese niño una constelación que lo aguarda.
Lo simbólico nos recibe al nacer y nos marca fatalmente porque nos deja incompletos para siempre. Ganamos la representación al precio de la Cosa. El cuerpo biológico pasa a ser un cuerpo pulsional, y la pulsión insiste en obturar ese vacío.
Hemos llegado a la Luna, a las Meninas, a los conciertos de Mozart, gracias a esa incompletud. Pero hemos perdido el paraíso, hemos dejado de ser animalitos, hemos dejado de ser seres completos. La cultura nos inviste, el lenguaje nos engancha, el significante marca nuestro destino sin que nos demos cuenta. Pero queda un agujero, algo que no termina de ser llenado por toda esta estructura simbólica. Ese agujero es lo que la pulsión intenta llenar.


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