David del Real, Cara amarilla
CLASE 4: EL CUERPO TRINO RSI, EFECTO DEL SIGNIFICANTE
El destino del sujeto: estar entre dos significantes
La presentificación del organismo
El anudamiento trinitario y el Nombre del Padre
Develamiento de lo imaginario y de la erogeneidad orificial
Indicadores clínicos del FPS
Seguimos con el fenómeno psicosomático y su
relación con lo real, imaginario y simbólico; de cómo el cuerpo, que es un cuerpo único, se puede abordar desde esos
tres registros. El ser hablante, por efecto del lenguaje, tiene su cuerpo
afectado por esa trinidad.
Este es un tema que nos interesa en el fenómeno
psicosomático porque se produce algo muy especial, que es del orden de una
manifestación en el cuerpo en donde lo que se pone en juego es el cuerpo real y
el cuerpo imaginario; y lo que de alguna manera queda en suspenso es el cuerpo
simbólico.
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Cuando uno intenta pensar en el cuerpo, por
ejemplo, desde el nivel de la biología, se está apuntando al organismo. Pero el
organismo es previo al cuerpo, sería el cuerpo real; a partir de que está
afectado por el significante este organismo o cuerpo real se complejiza en cuerpo
imaginario-simbólico. El único cuerpo es el del ser parlante, el que está
afectado por el significante. En los animales no hablamos de cuerpo, hablamos
de organismo.
Antes del significante el hombre primitivo estaba
supuestamente en el registro mítico del cuerpo puro organismo de goce completo
mítico previo a lo simbólico. Esto nos interesa subrayarlo para hacer inteligible
el fenómeno psicosomático como un retorno de este goce. Como si lo que se
presentifica en el fenómeno psicosomático es el organismo, como si el órgano
afectado suspendiera su condición de cuerpo ordenado por lo simbólico y
retornara a su condición mítica de sede de goce otro.
Entonces, un nivel del cuerpo es el cuerpo
biológico, el nivel organismo, el cuerpo viviente, que llamamos lo real.
Después están los otros dos registros, lo imaginario que remite a la imagen del
cuerpo, el cuerpo del espejo, el que vestimos siguiendo los dictados de la
moda, el cuerpo del engreimiento narcisista; y, por último el estatuto del
cuerpo hablante, regido por los significantes, organizado por lo simbólico.
Decimos que el cuerpo es hablado, allí se inscriben los significantes de la
demanda y del deseo del Otro. El cuerpo atravesado por los significantes es lo
que llamamos el cuerpo pulsional. El cuerpo de la erogeneidad, el cuerpo de los
síntomas, allí están los significantes. En cambio, en el pedazo de cuerpo
tomado por el fenómeno psicosomático no están los significantes.
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El otro concepto que está de la mano de esto y que
nos sirve para entender que pasa con el fenómeno psicosomático, es el que
define al sujeto entre dos significantes. El destino del sujeto del inconciente
es estar entre dos significantes, es no poder ser dicho todo por el
significante, ninguno lo nombra en su ser. Y es que su ser sólo puede definirse
como falta-en ser. Decimos que es un sujeto barrado entre un significante S1
que lo representa y el resto de los significantes S2 que lo condena a la
afánisis, a la desaparición, ya que nunca encuentra el significante unívoco que
le da sentido pleno.
Para su representación necesita del vacío de
significación. Y ante este destino de afánisis se opone la holofrase.
Entendemos la holofrase como ese mecanismo que Lacan rescata para hacer
inteligible el FPS, la holofrase como el intento de congelar el binarismo
significante indefinido, en la búsqueda imposible de la significación unívoca.
La paradoja es que, al ser unívoca, pierde su
condición de significante, y por lo tanto, no hay sujeto. Lo que tenemos es
otra cosa, es un estado límite de la significancia.
Entendemos entonces la holofrase como una figura
retórica por la cual el binarismo, es decir, la necesidad de dos significantes
para que haya el entre dos donde cae el sujeto, se congela, se cierra. La
holofrase no es un significante, o en todo caso hay que pensarlo como un
significante fuera de la cadena. El FPS no se da a leer, como el síntoma; la
holofrase va a mostrar algo que en vez del orden de la letra es del orden del
número, del orden del registro de lo real del lenguaje.
El destino del sujeto, su destino neurótico, es
estar entre dos significantes. Cuando lo que tenemos es la holofrase ese
destino se ve entorpecido. El precio a pagar por ese intento de congelar el
sentido, es convertirse en otra cosa, en un engendro, un goce impuesto, un
adoquín que no deja intervalo, una orden que reduce al sujeto a un estigma.
¿Qué sujeto tenemos en el neurótico? El sujeto
dividido en tanto su deseo permanece como verdad inconciente. Y como tal su ser
no puede ser dicho más que en entredicho.
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En todos los casos de FPS hay una problemática que
tenemos que subrayar, y es que en la clínica, como analistas nos vamos a encontrar
con la fascinación. Porque el FPS se da a ver de una manera que atrapa, porque
está mostrando algo de un goce Otro sobre el cual no hay palabras. Se trata
entonces de no entrar a saco en el FPS, no dejarse atrapar por el discurso
médico de la lesión, y evitar una clínica con predominio de lo imaginario.
Ahora bien, el proceso de la cura apuntará a que el
paciente pueda empezar a asociar sobre otras escenas en donde se habrá visto
beneficiado con síntomas. No sabemos si podrá poner palabras a “eso”, al
engendro, al FPS. Al comienzo dejemos en paz lo que se muestra descarnado. Eso
vendrá, diríamos, como un añadido, a partir de que en el trabajo de
descongelación pueda emerger que tipo de barrera ha tenido que erigir frente al
Otro. En la medida que se movilice el tema de la separación con el Otro, se
podrá poner en movimiento algo de lo congelado por la holofrase que ha
desencadenado el FPS. No se trata de centrarnos en la traducción del fenómeno,
sino de que poco a poco pueda poner al descubierto el escenario de su relación
con el Otro.
¿Es posible que un FPS pueda descongelarse y
empezar a traducirse sintomáticamente? Sólo como efecto de rebote.
Uno de los puntos que nos vemos convocados a
despejar todo el tiempo, como una especie de análisis comparativo, es el tema
del cuerpo en el síntoma y el cuerpo en el FPS. Es allí donde está el hincapié,
no perder de vista que no estamos hablando del mismo cuerpo. Como lugar de
conversión histérica, el síntoma es un lugar de atravesamiento significante, de
inscripción simbólica, y se puede traducir.
En general, el que trae un síntoma, trae una
versión, una explicación para su síntoma, una novela construida que necesita
ser dicha. Porque el síntoma está pidiendo a gritos ser leído.
Otro punto a trabajar es el anudamiento. Decimos
que el efecto sobre el cuerpo de que el ser hable, es que su cuerpo pase a
estar constituido en un ordenamiento en el que se anudan tres registros:
I.R.S.. Ese anudamiento es el que permite que el organismo viviente trascienda
en cuerpo. Sin anudamiento lo que hay es un cuerpo despedazado, sin anudamiento
lo que hay es psicosis. El anudamiento es posible desde la función Nombre del
Padre.
En oposición a la represión en la neurosis, la
interrogación sobre la psicosis subrayó el mecanismo de forclusión del
significante Nombre del Padre, el no acontecer del anudamiento. En el FPS hay
también operación de anudamiento, interviene el Nombre del Padre. Lo que pasa
es que, a diferencia del anudamiento sintomático, del síntoma como forma de
nominación simbólica, que Lacan llama
flor de lo simbólico[1],
el anudamiento psicosomático es del orden de la falla, del defecto en la
nominación simbólica. En vez de nominación simbólica tenemos otra cosa, tenemos
holofrase. En vez de un significante que represente al sujeto tenemos el tapón
del estigma que impide la falta y por tanto, la aparición del sujeto en el
intervalo. Y aquí es donde se plantea, a la luz del anudamiento del sinthome,
si es factible hablar del fenómeno psicosomático en el orden de una
sustancialización bastarda del sinthome.
Este anudamiento defectuoso, esta nominación
fallida está en el límite de lo imaginario y lo real. Es por esto que estamos
trabajando el FPS en el marco de lo que llamamos estados límite en la constitución
del sujeto; el sujeto al límite de su constitución.
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Consideraremos algunos
indicadores clínicos que es importante tener en cuenta a la hora de pesquisar
un cuadro que es sospechoso de pertenecer a un fenómeno psicosomático. Vamos a
partir del trabajo clínico de algunos psicoanalistas, como Jean Guir[2]
sobre psicosomática y cáncer, quien propone la siguiente serie de
indicadores:
Imperativos al goce
transexual, sintagmas cristalizados, mimesis, llamados a la filiación, sobre-adaptación
a la demanda del Otro, duelo detenido, degradación del nombre propio, forclusión
local, objetos inanimados, injunciones, significantes fechables.
Muchos de estos indicadores
se auto-refieren unos a otros. Así, un sintagma cristalizado remite a la
holofrase. Desde el punto de vista clínico hay una tendencia a intentar
escuchar holofrases. En su carácter de operador lógico lo referimos a ese
momento de detención en la aparición del sujeto, ese momento de congelamiento
por el cual S1 no remite a S2 sino que se cierra en una
significación unívoca. Por otro parte, referida a ejemplos clínicos concretos,
la holofrase se representa en frases cerradas, en significantes que tienen una
especial resonancia, que Jean Guir llama sintagmas cristalizados. Y da el
ejemplo de un sueño en el que aparece el significante “Westminster” y el analista, desde la lengua francesa, escucha “ou est-ce mystere”. Otro ejemplo sería
el sintagma “en lo que sería…” cristalizado como “enloquecería”. Estos
significantes tienen su resonancia dentro del discurso del paciente en
análisis, pero que éste no puede escuchar y por lo tanto no puede asociar,
montar historias con ellos.
Estos pacientes vienen con
su legajo médico bajo el brazo y llenan la consulta con historiales clínicos y
radiografías, diciendo “aquí tiene”. Y allí se trata de invitarlo a que hable,
a privilegiar su historia, su teoría personal, más allá de la médica. En la
construcción de esa teoría personal, se trata de facilitar que empiecen a
tramar asociaciones. Que eso que es un pedazo real del cuerpo comprometido
empiece a destramarse en historias.
Otro de los indicadores es
el objeto inanimado. Por ejemplo, alguien sufre un atentado vandálico, le rayan
la pintura de su flamante coche deportivo, y esto se traduce en una colitis
ulcerosa. Es un tipo de objeto inanimado en el cual el sujeto ha colocado su
ser.
Respecto a la injunción, son
significantes fechables que han sido dichos en momentos muy precisos de su
historia, significantes con carácter de orden terminante, de mandamiento feroz,
como por ejemplo: “¡No pareces hijo mío!”. A partir de esta injunción podemos
entender la irrupción del FPS como un llamado a la filiación, una demanda
inarticulada de ser reconocido como hijo.
Como ejemplo de
sobre-adaptación a la demanda del Otro, un hijo que a sus 50 años está
absolutamente pendiente de la enfermedad de la madre, toda su vida gira en
torno a esto. La demanda mortífera del Otro llena todo su goce.
El imperativo al goce
transexual lo refiere a ciertos casos de hijos de sexo no deseado: esperaban
una niña y tuvieron un niño. Ese niño se vería impelido por órdenes a ser del
otro sexo, lo visten y lo tratan como a una nena.
El duelo detenido lo podemos
ver, por ejemplo, en un paciente que presenta úlcera de colon, que sigue
torturado por la muerte de un hermano acaecida hace más de 10 años, y que él no
pudo evitar.
Otro recurso técnico que nos
ofrece Jean Guir es la construcción de un genograma, que es un esquema del
árbol genealógico. Lo que permite es localizar en generaciones anteriores
situaciones de secretos familiares que si no difícilmente aparecerían. Y
también otras situaciones significativas como las edades en que murieron los
abuelos, o la edad en que murió el padre, que coloca al sujeto, por ejemplo,
ante el fantasma de que “yo no viviré más allá de esa edad”. O localizar
indicadores de lo que Guir llama “mimesis”, como sería el caso de familiares
que tengan su mismo nombre y/o hayan tenido alguna historia de dolencia
idéntica a la suya. A diferencia del proceso de identificación que actúa en el registro imaginario
simbólico, la mimesis se precipita más bien en el límite de lo imaginario-real,
como una copia punto por punto del cuerpo del otro.