"A mi juicio, el destino de la especie humana será decidido por la circunstancia de si el desarrollo cultural logrará hacer frente a las perturbaciones de la vida colectiva emanadas de la pulsión de agresión y de auto destrucción. (...) Sólo nos queda esperar que la otra de ambas potencias celestes, el eterno Eros, despliegue sus fuerzas para vencer en la lucha con su no menos inmortal adversario. Mas, ¿quién podría augurar el desenlace final? Freud, Malestar en la Cultura
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20121205

SEMINARIO III, CLASE 11, EL SUJETO EN ESTADO LÍMITE


DAVID DEL REAL, Estudio Rojo
 
 


CLASE 11: RASGOS CLÍNICOS DEL SUJETO EN ESTADO LÍMITE

Inscripción neurótica, forclusión psicótica y suspenso fóbico
Del objeto fóbico al objeto fetiche
Rasgos clínicos del sujeto en estado límite
La fetichización pseudoperversa
La ansio-depresión, la bisexualidad
La agresividad primaria, la toxicomanía,
La detención del pensamiento
La actuación y la fascinación.



Seguimos con el sujeto en estado límite, inscripto en la clínica del malestar contemporáneo, clínica que no podemos terminar de definir desde las estructuras clásicas. En los primeros dos apartados hemos trabajado la anorexia y el fenómeno psicosomático, y en los próximos abordaremos la depresión y la toxicomanía.
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Uno de los rasgos clínicos que Rassial destaca, en la adolescencia en general, y en el sujeto en estado límite en particular, es el de la detención del pensamiento, rasgo que se caracteriza por un “no querer pensar” como estrategia defensiva para no enfrentarse a las pruebas que se tiene que enfrentar todo adolescente: por un lado la castración, la del gran Otro y la propia, y por otro lado enfrentarse al objeto de su deseo, al Otro sexo, esto es, cómo se coloca ante el objeto y cómo se identifica como sujeto sexuado.
La detención del pensamiento es: paren el mundo, yo de esto no quiero saber nada, no me comprometo con el pensamiento, con las ideas, con mis sentimientos, con mi afectividad. Abarca la indecisión, la duda permanente, el extrañamiento de todo compromiso afectivo, el alejamiento del objeto, y, como infraestructura que cobija toda esa estrategia, tenemos la omnipresencia de la madre arcaica, es decir, de la Gran madre, de la madre sin castración, del Otro completo. O sea lo que tenemos es un sujeto no constituido porque no se ha podido separar del Otro. Tenemos un sujeto en estado límite. ¿Hacia dónde puede derivar? Pues, lo mejor que le podría pasar es la neurosis, esto es, empezar a tener síntomas, pues eso querría decir que hay sujeto de deseo, en conflicto por supuesto, pero sujeto al fin.
Este rasgo de detención del pensamiento lo podemos considerar, en su máxima manifestación, relacionado con el fenómeno holofrásico y la debilidad mental. Debilidad mental entendida como pensamiento débil, el más débil de todos, el no querer pensar.

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Vamos a detenernos en los momentos de construcción del pensamiento, que son también los momentos de construcción del cuerpo; en términos freudianos vamos a referirnos a los momentos de construcción del narcisismo.

El narcisismo tiene que ver con el yo ideal y con el ideal del yo, es decir, con el cuerpo en tanto imaginario, y con el pensamiento, en tanto simbólico. Y los momentos de construcción del narcisismo, si los queremos estructurar en tiempos, lo podemos pensar desde un primer tiempo que es el que Lacan trabaja con su vieja fórmula del estadio del espejo. Allí se empieza a estructurar el yo, se empieza a construir el narcisismo, el cuerpo y el pensamiento. El cuerpo se empieza a construir desde el reflejo, desde la imagen en el espejo o desde la imagen del otro homeomórfico. Y a partir de allí se instaura la instancia generadora del pensamiento yoico que es el yo ideal, en tanto aquel yo que se equipara con la imagen del cuerpo. Pero, en el mismo paquete del estadio del espejo tenemos, además del reflejo yoico, el componente simbólico constituido en la mirada del gran Otro materno. Esa mirada del gran Otro que subraya el reconocimiento: “¡Ese eres tú!”. Ese es el primer rasgo de identificación que Lacan llamará rasgo unario. Es el primer rasgo simbólico, la mirada del gran Otro materno.
Un segundo tiempo de la construcción narcisista es el que adviene con el complejo de Edipo, que es la adquisición del ideal del yo, de las atribuciones simbólicas del Otro paterno.

Y hay un tercer momento que sería el de la adolescencia, el momento de la revalidación del posicionamiento del sujeto en relación a la castración y al objeto del deseo. La adolescencia, inevitablemente, es época de pruebas, de crisis, la época puberal, la invasión de lo real sexual, ante el cual el cuerpo como instancia imaginario-simbólica queda desfasado, se tiene que adaptar a los nuevos ideales. Lo que entra en el escenario es el Otro sexo.
Una manera no accidental que Rassial utiliza para hablar del sujeto en estado límite, siendo como él es especialista en psicoanálisis de la adolescencia, es referirla como una adolescencia interminable. La adolescencia es una etapa que se abre con el despertar de la genitalidad, la emergencia de un real sexual genital. Y ese punto que define la especificidad de la adolescencia es lo que va a definir la catástrofe del sujeto en estado limite en tanto imposibilidad de conjugar esta genitalidad dejándolo en una posición de indefinición de vacilación, en una adolescencia interminable.
Vamos a ir viendo los distintos rasgos clínicos en donde se define esta indecisión, pero antes haremos una precisión teórica. Desde el aparato conceptual psicoanalítico el operador en que se apoya este fracaso en la construcción del narcisismo, el punto capital que todo ser hablante desde el vamos tiene que asumir, inscribir, es lo que llamamos el nombre del padre. Aquello que le permitirá acceder a la construcción de su deseo, a la constitución de su ser sujeto, a la orientación de su objeto, a la escenificación de su fantasma, distintas maneras de referirnos a esos acontecimientos intrasubjetivos, acontecimientos significantes. Este acontecimiento primordial que es el efecto de inscripción del significante nombre del padre es el que va a regular una u otra posición ante el gran Otro y ante el otro semejante, su posición como sujeto de deseo.
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Entonces, como formalización resumida de los distintos avatares que se le presentan al sujeto ante el significante nombre del padre tenemos: o bien su inscripción o bien su impugnación. La otra cara de la inscripción del nombre del padre es la represión primordial u originaria, urverdrängung como mecanismo a partir del cual se habilita el deseo. No confundirla con la represión propiamente dicha que es la que genera síntoma. La otra cara de la impugnación es la forclusión del nombre del padre. Cuando se forcluye se desencadena la psicosis.
Pero aparte de la inscripción o de la forclusión, hay una tercera opción ante el nombre del padre, y es el suspenso, no el suspenso de la inscripción, sino el suspenso del destino de esa inscripción. Si hay forclusión, el destino es la psicosis; si hay inscripción, el destino es la neurosis; pero veamos qué pasa si hay inscripción con suspenso del destino. Suspenso significa que se ha habilitado el paso hacia la castración pero hay una detención en el umbral, no se llega a franquear. Aquí entra a tallar el concepto de fobia, como de una plataforma o rótula que deja en suspenso o bien el paso hacia la neurosis, o bien el paso hacia la perversión. La fobia se instituye como un momento, como una coyuntura, como una plataforma giratoria o rótula que comunica a una posible derivación neurótica o perversa.

Esta postulación del momento fóbico podría sentar las bases para redefinir la perversión, en donde de lo que se trataría en general es de un suspenso en el momento fóbico. 
El destino de esta inscripción tiene un segundo momento, que es el momento de revalidación, que tiene la adolescencia como marco, momento en que se revalida el título neurótico. Lo que tenemos como fenomenología clásica es un momento de vacilación que lleva al adolescente a distintos estados en donde nos encontramos con crisis de ansiedad, coqueteos con las drogas, posiciones ambiguas sexualmente, con fascinación ante ciertos Otros gurúes, líderes de sectas, etc. Todos estos rasgos podemos considerarlos como esperables en la adolescencia, en tanto corresponden a esa etapa de reajuste de los ideales,  reajuste entre el cuerpo imaginario, la irrupción del cuerpo real genital y los ideales simbólicos.

En la clínica se nos aparecen pacientes adultos colocados en ese lugar de indecisión, lo que nos lleva a decir de ciertos estados del sujeto en adolescencia interminable.
Volviendo a la adolescencia como momento de revalidación de la inscripción del nombre del padre, veamos las diferentes opciones a las que se enfrenta. Por un lado la neurosis: en el momento adolescente, la revalidación es revalidación de la neurosis. Con la psicosis ahí no hay revalidación que valga. La impugnación psicótica no hay manera de revertirla en la adolescencia. Pero el suspenso fóbico, ese que dejó al sujeto en un equilibrio indefinido entre neurosis o perversión tiene la siguiente capacidad de derivación: o bien una neurosis fóbica estructurada, o bien un rasgo fóbico en histeria u obsesión; o bien se define como fetichización. Y, por último, la imposibilidad de superación desembocaría en el sujeto en estado límite.

Con la posibilidad de pasaje del momento fóbico a la fetichización, lo que el psicoanálisis propugna es: del objeto fóbico al objeto fetiche hay un corto trecho. Ese estancamiento del momento fóbico en el sujeto en estado límite le enfrenta a una angustia imposible de soportar. Y ante le indecisión invalidante que le impide inclinarse hacia un objeto fóbico o hacia un objeto fetiche desemboca en una tentativa de fetichización  seudo-perversa.
Hasta aquí surgen muchos interrogantes, muchas cuestiones que están en suspenso teórico, como ocurre siempre que nos movemos en ese terreno tan resbaladizo que es el de la clínica de los estados límite. Lo que tenemos que evitar es caer en la utilización de esos híbridos tipo “psicosis histérica”, que tantos folios han llenado en la historia de la clínica psicoanalítica. Para ello nos servimos de algunos referentes teóricos. Uno de los que estuvimos viendo es el de holofrase, y ahora estamos trabajando el de sujeto en estado límite. En los dos casos de lo que se trata es de cómo se posiciona el sujeto en ese momento inaugural en el que se define su acceso a la castración, su posición ante el gran Otro y ante el objeto. Todo esto es una construcción que se va precipitando en momentos lógicos culminantes, el estadio del espejo, el complejo de Edipo, la adolescencia.
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Vamos a detenernos en la ansio-depresión, angustia y depresión, el rasgo clínico por excelencia que caracteriza al sujeto en estado límite. La angustia es un momento límite del que nadie se libra, que nos invade cuando nos enfrentamos a lo real, es decir, a la petit a, a la cosa innombrada, al vacío, la nada, la muerte. Y la depresión la tenemos que entender como la gran neurosis contemporánea.

La prueba que todo sujeto tiene que pasar es la de la castración, que el Otro no está completo y que uno también está barrado. Asumir que al Otro le falta algo, es asumir la petit a que cae y que pasa a constituirse como el objeto que falta, como el objeto del deseo, constituyendo la segunda gran prueba que todo neurótico tiene que pasar, y que consiste en cómo hacer congruente su búsqueda de objeto, su deseo, y cómo asumir que la incongruencia es posible; poder asumir que el objeto no hace relación, no se completa como dos medias naranjas.
La prueba de la castración del Otro nos enfrenta a la angustia. La segunda prueba, la de la incongruencia con el objeto del deseo, enfrenta al sujeto a la depresión.

Es un mecanismo cíclico, de una prueba a otra prueba. Y el sujeto en estado límite a consecuencia de su estado de suspenso, su relación con el otro es vacilante, no sabe lo que quiere; lo intenta con una mujer, lo intenta con un hombre, lo intenta con un hombre y una mujer juntos; la ambigüedad; la bisexualidad es uno de los elementos que Rassial subraya, la bisexualidad como defensa ante la castración, un no comprometerse desde un lugar definido, no se compromete eligiendo objeto porque se queda con los dos, y tampoco se compromete desde un posicionamiento sexuado.
Otro rasgo clínico del sujeto en estado límite es el de la toxicomanía, que podemos entenderla como un retorno a la madre primordial. Estamos siempre ante el avatar principal en relación al nombre del padre, y es que la castración no ha terminado de ser franqueada. Y la castración por excelencia es la castración de la madre. Es asumir que no todo se lo puede dar su madre. El toxicómano está en su intento imaginario de ocluir una falta, intentando una completad mítica que lo remite a una madre primordial dadora.

Anorexia, fenómeno psicosomático, son otras tantas posibilidades de entender este fenómeno del sujeto en estado límite. Así como en los meses anteriores hemos estado trabajando la anorexia y el fenómeno psicosomático como dos formaciones inteligibles desde el fenómeno de la holofrase, ahora planteamos que los podemos abordar desde el concepto de sujeto en estado límite. Y ambos abordajes guardan coherencia.
Siguiendo con los rasgos clínicos del sujeto en estado límite, veamos el concepto de agresividad primaria. Esto es del orden de lo que el psicoanálisis kleiniano  trabajaba en relación a la regresión a la vida pulsional primaria agresiva, a lo sádico oral y sádico anal, la expulsión del objeto, el odio al objeto.
Otro rasgo es el de la detención del pensamiento. Es un rasgo clínico que mencionamos en la debilidad mental: la detención del pensamiento en tanto no querer pensar, el no poder no solamente lo intelectual, sino también lo afectivo, no pensar, no sentir, que se encuadra dentro de lo que es el fracaso en la construcción narcisista. ¿Cuál es la construcción narcisista exitosa? Aquella que ha podido conjugar lo que tiene que ver con el yo ideal, con el cuerpo en tanto cuerpo imaginario, a partir de esa construcción primordial que Lacan subraya, la del estadio del espejo, que es donde se constituye la futura matriz de todas las identificaciones. Ese es el primer paso de la construcción exitosa del narcisismo. El segundo paso es el del Edipo. En tanto en el estadio del espejo nos referimos a la construcción del cuerpo imaginario, como ese momento primordial en que el sujeto tiene éxito en ver su cuerpo armado, pero hasta este momento es un cuerpo fuera de sexo. Es a partir del Edipo que se asumen los valores, los ideales, las pautas, las normas parentales, y se van a constituir los rasgos simbólicos que forman la instancia del ideal del yo. Se sale del Edipo con un cuerpo sexuado, luego de atravesar la castración.  El tercer momento en la construcción del narcisismo es el de la revalidación adolescente, la refundición de ese cuerpo imaginario con el cuerpo genital. El éxito de la construcción narcisista se corona con la integración de lo imaginario y lo simbólico, con asimilar la sacudida del advenimiento del cuerpo genital con los nuevos ideales, a partir de la caída de los ideales parentales.
Esta prueba adolescente, que en el sujeto neurótico promueve una sacudida, en el caso del sujeto en estado límite lo enfrenta a un verdadero terremoto.

Lo que tenemos siempre entonces, para entender lo que es la detención del pensamiento, el no querer pensar, el no querer sentir, es esa imposibilidad de integración de lo imaginario y lo simbólico, que en definitiva, ¿en donde hace soporte? en el cuerpo sexuado. Y allí es donde fracasa, y lo coloca en posición de no elegir, no arriesgar, no sentir, no pensar.
Y el otro capítulo que tenemos dentro de los rasgos clínicos es el de la actuación, y en especial, la fascinación. ¿Qué entendemos por actuación? Hemos manejado dos categorías de actuación, acting-out y pasaje al acto. Acting-out, lo típico, el paciente que se olvida de pagar la sesión, o falta sin avisar. El pasaje al acto, en cambio, implica un alto riesgo, un accidente con el coche, por ejemplo. Y cuando hablamos de la fascinación, lo referimos por ejemplo, como un acto de sumisión ante un gurú ante el cual se postra el sujeto. No nos estamos refiriendo a las actuaciones propias de la adolescencia, sino a las de un adulto que parecería detenido en una adolescencia interminable.